Día 3
27 de mayo
Mesa: Intervenciones en humanos
Manuel Guerrero: La relevancia ética de la claridad conceptual y la comunicación científica responsable: El caso de la tecnología de "gemelos digitales" del cerebro humano
"Digital Twins" es un término utilizado en la industria para describir el desarrollo de una representación virtual dinámica y actualizada de un objeto o sistema físico que permite experimentar con ella con fines de monitoreo y pruebas de complementos ("add-ons"). El término "gemelos digitales" ha sido tomado prestado por parte de proyectos internacionales de investigación e innovación en tecnologías emergentes en salud que buscan desarrollar modelos cerebrales híbridos personalizados para el tratamiento, por ejemplo, del Alzheimer. Con investigación de frontera, en la intersección de la dinámica no lineal, teoría de redes, biofísica, ingeniería, neurociencia e investigación clínica, los "gemelos digitales" prometen ofrecer soluciones terapéuticas seguras y de medicina personalizada. Las implicancias éticas de la investigación e innovación en salud con "gemelos digitales" son múltiples. En esta presentación se centrará el foco en la relevancia ética de la claridad conceptual y el desafío de una comunicación científica responsable para y con la sociedad, que eviten riesgos de expectativas poco realistas, preocupaciones infundadas, desconfianzas, exageraciones y posibles usos indebidos de los resultados de la investigación y aplicaciones futuras.
Lydia Feito: Libertad cognitiva y mejora cerebral
La neuroética es un campo en pleno auge que se plantea como necesario ante el crecimiento de los conocimientos sobre neurociencia y las capacidades de intervención en el cerebro humano. Las aproximaciones de la neuroética abarcan aspectos relativos a la evaluación de los aspectos éticos derivados de las modificaciones cerebrales, lo que podría denominarse una ética de la neurociencia, pero también cuestiones relativas a los correlatos neurales de nuestros pensamientos y decisiones, lo que llamaríamos una neurociencia de la ética. Ambos aspectos están fuertemente relacionados, en la medida en que el conocimiento de las bases cerebrales de la conducta es fundamental para cualquier evaluación de la idoneidad de su alteración.
Uno de los aspectos más interesantes de la investigación actual es la que se refiere a las posibles modificaciones perfectivas de nuestro cerebro. Intervenciones farmacológicas que persiguen una mejora en la capacidad de memoria, de atención, o intervenciones de otro tipo, como la estimulación magnética transcraneal, se han utilizado con fines terapéuticos pero en muchos casos amplían su posibilidad de acción a situaciones no patológicas, con el fin de perfeccionar el funcionamiento cerebral.
Estas modificaciones generan la necesidad de valorar cuestiones básicas como su seguridad, pero también abren interrogantes éticos de primera magnitud que tienen que ver, por ejemplo, con la alteración de la identidad de los individuos, con el logro de capacidades por encima de los estándares de normalidad y las consecuencias que de ello pueden derivarse, o con la posible intromisión en el espacio de la llamada libertad cognitiva. Este término, libertad cognitiva, hace referencia la libertad de controlar la propia conciencia, como extensión de la libertad de pensamiento y la soberanía del sujeto sobre sí mismo. Es el derecho a pensar independiente y autónomamente, utilizando sus capacidades mentales y múltiples modos de pensamiento. Sin ser forzado a cambiar su conciencia o estado mental contra su voluntad.
Así, cabe plantearse en qué medida las técnicas que pretenden mejorar las funciones cerebrales podrían dar lugar a una forma de “dopaje cerebral” que, de generalizarse, podría ser utilizada como herramienta de éxito social, lo que probablemente produciría disparidades e injusticias.
También se percibe que la mejora plantea la posibilidad de cambiar la condición humana manipulando las experiencias subjetivas, las capacidades cognitivas o los rasgos de personalidad, lo que nos acercaría hacia el ideal del “posthumano” que promueven algunas tendencias actuales, y que nos obliga a pensar sobre la misma condición humana.
Más aún, se plantea incluso la posibilidad de una mejora moral, lo que conllevaría una modificación más general cuyo objetivo sería la promoción de valores fundamentales para una convivencia más humana y solidaria.
La pregunta subyacente a todas estas cuestiones se refiere a la validez de estos objetivos de perfeccionamiento y a la idoneidad de los medios con que se pretenden conseguir.
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Nicolás Rojas: En los límites del transhumanismo
Alguna vez se dijo que el transhumanismo era la idea más peligrosa del mundo (Fukuyama, 2004), sin embargo, esta opinión solamente era válida para un grupo de bioconservadores que a priori determinaban como algo malo cualquier pretensión de modificar nuestra naturaleza humana. No obstante, es un hecho que el quehacer filosófico progresa y este ha generado críticas notables que podrían hacernos considerar al transhumanismo ya no la idea más peligrosa del mundo, sino la más burda del mundo. Esta crítica, a diferencia de la de Fukuyama, no se presenta como una perspectiva ingenua, sino que refleja una operación filosófica de alto nivel, a saber, la pregunta por los presupuestos que se asumen como válidos a la hora de afirmar una pretensión como la de superar nuestra naturaleza humana. El principal portavoz de estas critica es el filósofo alemán Markus Gabriel. Podría decirse que si “todo lo que existe está compuesto por materia” y a esto “corresponde la visión ética de que, en última instancia, el propósito de la vida humana es la acumulación de bienes […] y su completo disfrute destructivo” (Gabriel, 2019, p. 394), entonces el transhumanismo representaría otra concepción antropológica ideologizada que no solamente afecta nuestra propia autocomprensión, sino también nuestra relación con el mundo.
A pesar de la capacidad destructiva de esta crítica, el transhumanismo en tanto que objeto de la disciplina filosófica ha evolucionado respecto de sus primeras modulaciones. Si pensadores como Nick Bostrom eran incapaces de resistir a criticas como la recién esbozada, eso se debía a la falta de consciencia respecto a los presupuestos con los que presentó al transhumanismo. La pregunta base es, en primer lugar, ¿es posible un transhumanismo no ingenuamente materialista?, y, en segundo lugar, ¿es posible una lectura política para este nuevo transhumanismo? Consideramos que es posible responder ambas preguntas desde lo que llamamos transhumanismo no-utópico (Sorgner) y democrático (Hugues). Si la pretensión de modificarnos a nosotros mismos apunta a alcanzar una vida buena, entonces, sería ingenuo simplemente desechar al transhumanismo sin antes intentar ofrecer una respuesta a las lapidarias criticas recién nombradas.